Redención vegetal: la mujer ucraniana y los soldados rusos – Michael Marder

El filósofo del pensamiento vegetal Michael Marder, nacido en Rusia, reflexiona sobre la reciente invasión rusa de Ucrania con este texto publicado en inglés en The Philosophical Salon el 26 de febrero de 2022, «Redención vegetal: la mujer ucraniana y los soldados rusos». El autor de Chernóbil Herbarium (2021) y El vertedero filosófico (2022), ambos libros en colaboración con la artista Anaïs Tondeur, parte de una imagen particularmente potente y representativa, la de una mujer ucraniana entregando semillas de girasol a los soldados ocupantes rusos, e invita a pensar en la vida después de la guerra, incluso después de la humanidad. Compartimos el texto traducido al español a continuación:

Cualesquiera que sean las atrocidades que cometan los seres humanos, las plantas prevalecen silenciosamente.

Michael Marder

«Redención vegetal: la mujer ucraniana y los soldados rusos», por Michael Marder

Entre las muchas imágenes desgarradoras de la invasión rusa de Ucrania esta semana, la que más llama mi atención y me atormenta es la de una mujer que se enfrenta a soldados fuertemente armados en una calle de la ciudad. Al enterarse de que los soldados son, en efecto, ciudadanos rusos, les pregunta qué están haciendo en su tierra y, con razón, los llama ocupantes y fascistas. A continuación, sucede algo inesperado. La mujer le dice a uno: “Toma estas semillas y mételas crudas en tus bolsillos. Al menos, los girasoles crecerán allí donde caigas en nuestro suelo”. Esto es lo único en lo que ella insistirá en el breve intercambio: “Chicos, poned estas semillas en vuestros bolsillos. Vais a yacer en la tierra con estas semillas”.

Las flores como símbolo de resistencia a las operaciones militares son bastante habituales. El término “Flower Power” se acuñó durante las protestas masivas contra la invasión estadounidense de Vietnam, cuando George Harris colocó claveles en los cañones de las armas durante la marcha de 1967 contra el Pentágono. Este acto se repitió en Europa, el 25 de abril de 1974, cuando el dictatorial Estado Novo (“Nuevo Estado”) en Portugal fue derrocado pacíficamente por el ejército portugués. El evento se conoció como la “Revolución de los claveles” porque “los vendedores de flores en Lisboa donaron claveles para que los soldados los insertaran en los cañones de sus armas. Se dice que la idea se le ocurrió a una tal Celeste Caeiro en un restaurante de Lisboa. Empezó a repartir claveles del restaurante y la idea cuajó”.

Esta mujer ucraniana anónima y valiente que se dirigió a los soldados rusos, sin embargo, hizo algo más. No cortó flores en un gesto simbólico de resistencia pacífica al ataque militar. Ella no ofreció la vida de estas flores como un sacrificio secular en el altar mayor de la convivencia humana. En cambio, su gesto se orientó hacia el futuro de la posguerra, la germinación y el crecimiento de los girasoles nutridos por el suelo ucraniano y… los cadáveres de los invasores rusos. Las semillas sobrevivirán a quienes las guarden en los bolsillos de sus uniformes militares. Vivirán y florecerán como flores, alimentadas por la muerte de los ocupantes, que enriquecerán con sus cadáveres en descomposición el suelo del país que invadieron.

En la oferta de la mujer también hay, sorprendentemente, un momento de redención póstuma para los propios soldados rusos. A pesar de maldecirlos una y otra vez, sugiere que con las semillas «al menos» se asegurarán de no morir en vano. Los cuerpos de los soldados no solo estimularán el crecimiento de las plantas, sino que también algo de ellos sobrevivirá en y como las flores, enraizadas en la tierra que pisaron con sus tanques. Su vida después de la muerte en parte expiará o compensará la violencia y la destrucción forjadas en su encarnación humana. (Mientras tanto, no está claro cuántos soldados rusos serán enterrados en Ucrania o en cualquier otro territorio, ya que las tropas han entrado en Ucrania con crematorios móviles, probablemente con la intención de enmascarar el número de bajas rusas en combate).

Cabe mencionar que, tanto para los ucranianos como para los rusos, las semillas de girasol son un elemento común de la vida cotidiana. La gente pasa el tiempo libre mordisqueándolas (насіння лузати / лузгать семечки) mientras charla, sin prisas. [N.T. práctica habitual también en España] En este contexto cultural, no es necesario especificar qué tipo de semillas son: «semillas» (насіння o семечки) significan por defecto «semillas de girasol». A menudo, median en la convivencia de familias, amigos y vecinos. Sin embargo, las semillas primero se tuestan en sus cáscaras antes de consumirse. Al enfatizar que los soldados necesitan ponerlas crudas (por tanto, con el potencial germinal intacto) en sus bolsillos, la mujer ucraniana obviamente los excluye de los intercambios comunales mediados por semillas de girasol. Y, de manera menos manifiesta, está dispuesta a admitirlos en la comunidad más-que-humana de un ecosistema local bajo la apariencia de las flores en las que se metamorfosearán.

Entonces, a diferencia de otros gestos análogos, desde las protestas estadounidenses contra la Guerra de Vietnam hasta la Revolución de los Claveles portuguesa, la conducta de la mujer ucraniana no es meramente simbólica. Proporciona un camino material vital hacia los sentidos de paz y vida, existencia y convivencia, donde, cualesquiera que sean las atrocidades que cometan los seres humanos, las plantas prevalecen silenciosamente. En la misma línea, mi breve análisis de la situación actual no es alegórico ni metafórico. Es necesario detenerse en los aspectos pequeños, aparentemente marginales, de los acontecimientos para interpretar lo que está pasando “sobre el terreno” y, más oscuramente, “en el terreno” de donde surgirá el crecimiento futuro.

Me gustaría concluir con un fragmento del poema “Entonces hablaré de ello”, del poeta ucraniano contemporáneo Serhiy Zhadan:

“Música más allá del muro del cementerio.

Flores que brotan de los bolsillos de las mujeres,

alumnos que se asoman a las cámaras de la muerte.

Los caminos más transitados conducen al cementerio y al agua.

Solo escondes las cosas más preciosas en la tierra—

el arma que madura con la ira,

los corazones de porcelana de padres y madres que repicarán

como las canciones de un coro escolar.

Hablaré de ello—”

En efecto, hablemos de ello. Y cuando nos aquietemos, cuando se apague el último sonido de las palabras, escuchemos la música vegetal «más allá del muro del cementerio”.

Michael Marder


Obras de Michael Marder en Ned Ediciones

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